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Los mariachis y la música popular mexicana


Los mariachis, como las tortillas de maíz o las pirámides de Teotihuacan, constituyen el alma de la cultura mexicana y, como tal, atraviesan historia, rituales y costumbres.


La música mexicana, producto del mestizaje, es sumamente variada e incluye diversos estilos determinados por la región geográfica de proveniencia.


Los historiadores coinciden al afirmar que junto a la espada de la conquista y a la cruz del evangelio, llegó también la música española que fue rápidamente incorporada y transformada por los lugareños hasta lograr la variedad y el carácter particular que la distingue hoy en día.


Cuando Fray Juan de Padilla enseñó a la gente nativa de la región de Cocula (Jalisco) la doctrina cristiana usando la música española los indígenas incorporaron muy pronto el violín y la guitarra en sus propias agrupaciones musicales y demostraron talento no solo para reproducir y transformar la música sino también para copiar los instrumentos y dar nacimiento a instrumentos de cuerda similares pero propios como la vihuela o el guitarrón.


El resultado de esta simbiosis cultural fue la enorme variedad de ritmos y melodías mestizas que se materializaron en formaciones y conjuntos de diversa índole. Una de esas formaciones fue la de los mariachis y su éxito en el ámbito artístico tiene que ver, en parte, con el empuje y la fama que le otorgó el nuevo estado mexicano nacido de la revolución. La música de los mariachis fue, efectivamente, una manera de concretar en lo musical los ideales de nación en arquetipos que representaran el nuevo proyecto revolucionario.



La puesta en escena


Los instrumentos que se ejecutan en una agrupación de mariachis son muy variados. Los de base son los instrumentos de cuerda (guitarra, violín y guitarrón) y las trompetas pero hay formaciones que hacen uso también de instrumentos musicales de origen indígena como el huehuetl y el teponaztli o en ocasiones otros tales como la flauta, el arpa o el acordeón, dependiendo de la región.


El traje del mariachi es una mezcla que combina las ropas de los capataces de las haciendas con los trajes de los elegantes hacendados que eran, entre otros, magníficos jinetes. El infaltable sombrero de paja y una vestimenta elegante, blanca o negra, que está relacionada con ese otro personaje del imaginario mexicano que es el charro (un suerte de vaquero o cowboy a la mexicana).


A mediados del siglo XX, el mariachi se convierte en un verdadero símbolo de México y su música atraviesa transversalmente a toda la sociedad mexicana pues forma parte de las festividades, fiestas y espacios rituales de ricos y de pobres. No hay boda sin mariachis y sin mariachis tampoco hay bautizos ni entierros.



El origen de la palabra


Se creyó y por mucho tiempo que la palabra mariachi era una interpretación local de la palabra francesa "mariage" y que hacía referencia a los músicos que tocaban en las bodas locales durante la ocupación francesa en el occidente de México.


No obstante, esta versión fue descartada de manera definitiva en 1981, cuando en los archivos de una iglesia, fue encontrada una carta fechada en 1848 (mucho antes de la ocupación francesa) en la cual un párroco local se quejaba del ruido que hacían los mariachis.


La versión más aceptada es pues que el término mariachi habría sido acuñado en Cocula, (conocida como la cuna mundial del mariachi), en el siglo XVI por los indios cocas y que el mismo era una manera de referirse a un músico o ejecutante de algún instrumento.



La reina Isabel cantaba rancheras

Las películas mexicana de los años cuarenta y cincuenta, jugaron un papel determinante en la difusión de la figura del mariachi. Los actores de cine que aspiraban a tener una carrera exitosa, debían ser forzosamente cantantes de música ranchera y cantar acompañados del mariachi. Figuras como Pedro Infante o Jorge Negrete son un éxito de taquilla gracias justamente a sus ostentosas capacidades como cantantes y como jinetes.


El escritor chileno Hernán, Rivera Letelier explicó alguna vez que la expansión de la música mexicana en América Latina estaba ligada al hecho de haber sido México el primer país en desarrollar una industria cinematográfica en el continente.


En su novela “La Reina Isabel cantaba rancheras” Letelier retrata el sórdido mundo de las pampas salitreras del norte de Chile pero lo hace a través de la Reina Isabel, una prostituta que tenía dotes múltiples pero, sobre todo, una enorme afición por la música ranchera.


Este fenómeno no es del todo aislado y es casi increíble la devoción con la que la gente de países como Colombia, Perú o Venezuela escucha la música ranchera. En estos países y muchos otros de Latinoamérica, es usual contratar a conjuntos de mariachis para dar serenatas a las novias o para amenizar celebraciones de todo tipo.



Garibaldi, la cuna de las estrellas


La Plaza de Garibaldi, ubicada en el centro histórico de México DF, es el foro más importante de los mariachis en la capital mexicana. Allí se puede escuchar y contratar a grupos que tocan piezas a pedido por un monto económico y mucha gente suele ir hasta allá a “echarse un par de copas” y a solicitar su canción favorita, esa que lo conecta con la historia de su vida.


Muchas leyendas de la música popular mejicana fueron forjadas en esta plazuela antes de dar su salto a escenarios internacionales. Dos de estos gigantes salidos de Garibaldi fueron José Alfredo Jiménez y Chavela Vargas.


El primero es reconocido de manera casi unánime como el mejor compositor de la música popular mexicana y como fundador de un estilo caracterizado la emotividad.


Sus letras hablan de amores y desamores y hay alcohol casi siempre de por medio porque la demostración de sensibilidad en un hombre en el marco de una cultura machista sólo es posible si el que llora está ebrio. El alcohol se convierte pues en un recurso para aceptar el destino y la cantina en un confesionario.


José Alfredo murió a los 48 años y dejó un legado de centenares de canciones entre las que se incluyen verdaderas joyas como “No volveré”, “Paloma Negra”, “Ella” y “Si nos dejan”.


La segunda, Chavela Vargas, fue amiga íntima de Jimenez y a su puerta tocaron tanto la fama como duros años de adición al alcohol que dejo casi de milagro para volver una vez a los grandes escenarios.


Su estilo peculiar de interpretar sus canciones fue uno de los principales motivos de su éxito: un vozarrón que cantando se convertía en susurro o en un lamento tiñendo de más desgarro sus canciones.


Fallecida en el 2012, Chavela Vargas fue un personaje a contracorriente: vestía como un hombre, fumaba tabaco, bebía mucho y llevaba pistola. Conoció a Ava Gardner, Rock Hudson y trabó una estrecha amistad con Diego Rivera, Frida Kahlo, Picasso, Neruda y Gabriel García Márquez, entre otros.


Su vida fue intensa hasta el final y quienes la conocieron no pueden recordarla de otra manera: siempre tenaz, personalidad arrolladora y con una locura a flor de piel capaz de llevarle a celebrar su aniversario número ochenta lanzándose en un paracaídas.


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