Sincretismo religioso en Bolivia
Cuando los conquistadores europeos arribaron a América, éstos no vinieron a negociar sino a imponer. Armados de la cruz y la espada, se insertaron en estas tierras ávidos de las riquezas que prometía el nuevo mundo y presurosos por llevar la palabra del Dios cristiano a esos “incivilizados” de quienes se dudaba tuvieran un alma. De este encuentro de dos mundos nació un tercero, un mundo mestizo en el que se combinaron sangres y creencias. En este mundo nació también una nueva visión del mundo la misma que se fue ajustando y acomodando a las exigencias de unos y a las necesidades de otros.
La supervivencia de los dioses aplastados
En América, el sincretismo religioso no tuvo mucho de la “conciliación” con la que define el diccionario de la lengua la palabra sincretismo y aquello que se impulsó desde el poder colonial no fue sino la asimilación forzosa de la cultura dominante por parte de los pueblos conquistados.
Los castigos a la idolatría fueron grandes y la evangelización de los nativos implicó, entre otros, la construcción de iglesias cristianas sobre templos indígenas.
Esta asimilación de la cultura y creencias foráneas no estuvo, sin embargo, exenta de lucha y resistencia. Los pueblos oprimidos inventaron una y mil estrategias para seguir adorando en la clandestinidad a sus dioses aplastados y encontraron maneras de venerar a sus ídolos aún escondidos bajo el rostro de santos cristianos.
Uno de los ejemplos más claros de lo dicho sea quizás la asimilación que se hizo de la Pachamama (la madre tierra) con la imagen de la Virgen María. Algo parecido ha sucedido también con el Dios Tunupa, una de las divinidades más antiguas del área central andina, quien fue identificado con San Bartolomé o con Illapa, el Dios del trueno, que se asoció a la imagen del Tata Santiago.
¿Cula fue pues el verdadero grado de penetración de la religión dominante? Según la investigadora Juliane Esch-Jakob, el cristianismo, a pesar de sus esfuerzos y presiones, no logró su objetivo de echar raíces y reemplazar las funciones y fuerzas de las religiones tradicionales. Según esta autora, la conversión de la población indígena de esta región del mundo (aymaras y quechuas) fue apenas parcial y, en muchos casos, sólo superficial.
Sea como fuere, lo cierto es que Bolivia es hoy un país en el que conviven, oh idolatría, curas que bendicen autos y bienes materiales, comunidades campesinas que practican el robo ritual de huertas en semana santa aprovechando la muerte de ese Cristo penalizador que por muerto no les verá pecar y folklore multicolor en el que se expresan estas y otras muestras de yuxtaposición cultural y religiosa.
Montaña, Madre Tierra y Virgen
Según la historiadora Teresa Quisbert, el culto a la Madre Tierra fue uno de los escollos fundamentales para la cristianización del mundo andino, escollo que trató de salvarse con la identification de la Pachamama con la Virgen María.
Los misioneros llegados a este lado del mundo deseaban terminar con la dispersión de los numerosos dioses existentes englobándolos en imágenes cristianas unificadoras y así se hizo con la Virgen María a la que se identificó con la madre tierra pero también con los cerros sagrados.
Según Quisbert, fue el cronista Antonio Ramos Gavilan quien escribió que María era “el monte de donde salió aquella piedra... que es Cristo" y esta metáfora habría permitido, según Quisbert, asimilar a la Virgen como un monte de piedras preciosas (o metal precioso), razón por la que se terminó asimilando a María con el Cerro de Potosí (famoso por la cantidad de plata que se extrajo de allí en el tiempo de la colonia).
Esta asimilación Virgen María - Pachamama (madre tierra) ha quedado representada de forma explícita en un cuadro virreynal existente en el museo de la Moneda (Potosí) donde María y el Cerro de Potosí son un todo. En el lienzo se muestra la montaña con rostro femenino y un par de manos con las palmas abiertas.
Diablos que bailan a la Virgen
Uno de los espacios en los que mejor se detecta esta yuxtaposición cultural y religiosa a la que hacemos referencia es sin duda la fiesta del carnaval. A fines del Siglo XVIII las danzas en las celebraciones religiosas fueron prohibidas y buena parte de las expresiones festivas y religiosas de carácter pagano fueron trasladadas al carnaval, otorgando a esta fiesta un importantísimo papel dentro de la religiosidad y la espiritualidad indígena.
Los cultos reprimidos tuvieron pues en este marco la posibilidad de mostrarse aprovechando este paréntesis de destape y permisividad en el que se podían rememorar ceremonias prohibidas en condiciones de normalidad.
En el carnaval de Oruro, por ejemplo (uno de los más renombrados del mundo entero) la Virgen del Socavón, la patrona de lo mineros, es honrada por bailarines disfrazados de diablos y en esa puesta en escena, majestuosa y colorida, se reúnen diablos, ángeles y arcángeles para rendir pleitesía a Virgen y para representar la lucha entre el bien y el mal.
El diablo, tuvo en el contexto andino, su propio dilema a la hora de la adaptación y si bien se lo asoció al Supay o al “tio” de las minas, esta asociación resultó al menos insuficiente. dado que el Supay tiene en el mundo aymara características propias que lo alejan de la imagen del diablo cristiano. El Supay puede castigar como proteger a la población indígena. No tiene, como Lucifer, una segunda intención ni acecha a los seres humanos, sino que es el Dios del subsuelo y de la minería y la gente aymara le da ofrendas como a la Pachamama, solicitándole produzca mineral en abundancia y cuide su vida en el trabajo cotidiano en las minas.
Nacimiento, Muerte y resurrección
El sincretismo religioso instaurado en el cotidiano produce fenómenos tan llamativos como el robo ritual de mujeres y chacras en semana santa o la bendición de autos por parte de curas de la iglesia católica en el santuario de Copacabana.
El día viernes Santo, aprovechando que Dios ha muerto y antes de la llegada de la resurrección, es costumbre de algunas comunidades establecidas en las zonas Cochabamba y el norte de Potosí, el robar huertos vecinos aprovechando la muerte de Dios consolidando así una interpretación muy propia de la fiesta de pascua.
Igual de llamativa es para muchos la ceremonia de la challa de autos que se realiza en el santuario de Copacabana. La challa es una ceremonia de reciprocidad con la Pachamama que se basa en el acto de ofrendar la tierra con alcohol y con otros elementos simbólicos a cambio de protección y buena ventura.
Este rito ancestral comparte en nuestros días podio con los sacerdotes de fe católica quienes tienen su rol asignado en esta puesta en escena regando con agua bendita, uno a uno, los autos adornados de flores que hacen grandes filas en las puertas del Santuario de la Virgen de Copacabana.