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Cuando amanece el alma

Tras graduarme de la Universidad quise dar rienda suelta a dos sueños largamente acariciados: viajar y tocar un instrumento musical. Fue allí que compré mi primer teclado, minúsculo y de segunda mano pero suficiente para introducirme en un mundo ancho que sin embargo nunca me fue ajeno. Mucha agua ha corrido desde entonces. Del teclado salté a la guitarra, que se acomodaba mejor a mi condición de viajero errante, pasé algunos años acogido por el calor del conservatorio de música moderna, me arrimé a músicos magníficos y generosos que me entregaron lo que sabían y de allí, cortesía de las grandes posibilidades que ofrecen hoy en día los instrumentos virtuales, me hice compositor para sacar desde adentro esas notas que había anidado por mucho tiempo.  

 

Años más tarde, estudie guitarra flamenca por algo más de un año con el connotado maestro chileno Carlos Ledermann y fue también con el que me introduje en el campo de la composición. Sus enseñanzas y consejos fueron claves a la hora de generarme la confianza que se precisa para lanzarse al vació de una página pentagramada y sacar de ese vuelo un conjunto de notas que sean sigificativas. Varios de los temas de este primer trabajo se generaron pues ahí, en esa cuna que fue también plataforma de despegue.

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